En un mundo que corre deprisa, donde muchas veces lo urgente aplasta lo importante, “vivir bonito” se vuelve un acto casi revolucionario.

Vivir bonito implica habitar el presente con conciencia de eternidad. Es tener la humildad de detenerse a ver una flor, el coraje de perdonar, y la sabiduría de saber que no estamos solos: Dios camina con nosotros.
La elegancia verdadera nace del corazón en paz. No viene del ruido exterior, sino de la serenidad interior que produce confiar en el Señor. Como dice Proverbios 3:17: “Sus caminos son caminos deleitosos, y todas sus veredas paz”.
Vivir bonito es sembrar bondad sin esperar aplausos. Es cuidar los detalles: una palabra amable, una mesa compartida, un silencio lleno de compañía. Es también saber decir “no” cuando algo roba nuestra paz, y “sí” cuando Dios llama, aunque nos saque de lo cómodo.
No es una vida perfecta, sino intencional. Llena de tropiezos, sí, pero también de gracia. Porque vivir bonito es vivir sabiendo que cada día es un regalo, y cada acto de amor, una semilla de eternidad.
Vivir bonito es un estilo de vida: es aprender a mirar con gratitud, caminar con propósito y amar con intención. Es el arte de saber vivir
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