Por: Liss Rivas
Más que un testimonio, quiero compartir cómo la gracia de Dios ha estado conmigo a lo largo de mi vida. Crecí en un país marcado por la guerra, una lucha de poderes como tantas otras, pero que dejó cicatrices profundas en toda mi generación. Después llegó la violencia de las maras, donde el peligro y el miedo eran parte de la vida cotidiana. Como muchos de mis compatriotas, nos tocó vivir la experiencia del inmigrante. Aunque uno se adapta, la separación de las costumbres nunca deja de doler. Quizás por eso los inmigrantes, especialmente los latinos, tendemos a celebrar cualquier cosa, por pequeña que sea, como un acto de resistencia y gratitud.

Aprendí que caminar con Dios no implica que todo será fácil. Significa tener una esperanza, una convicción de que, aunque las circunstancias sean difíciles, Dios está con nosotros. Dios ha estado a mi lado en tiempos de conflicto, en mis decisiones equivocadas y en momentos de enfermedad. He sido testigo de su mano amorosa cuidando de mis hijos y permaneciendo conmigo, aun cuando no lo merezco.
Una y otra vez, he sentido su presencia incluso en mis errores. Su amor no depende de cómo me comporte; su gracia es un regalo inmerecido. Solo puedo sentir gratitud, porque, como dice el Salmo, "El Señor es bueno; su misericordia es eterna, y su fidelidad permanece de generación en generación."
Hace dos años, recuerdo estar afuera de una oficina en París, esperando en el frío invierno para saber si a mi hijo le otorgarían la residencia. Me veía ahí, orando y confiando en que, pasara lo que pasara, todo obraría para bien, porque así lo promete Dios.
Mi hijo no solo obtuvo su residencia, sino que tiene un buen trabajo. Puedo ver cómo las oraciones de una madre encuentran respuesta en el tiempo de Dios.
La gratitud a menudo tiene dificultades para coexistir con la creencia de que merecemos algo. Por ello, cada día me maravillo más ante este amor divino. Como se menciona en la Escritura: 1 Juan 3:1 dice: "Mirad qué gran amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios, y lo somos” Hoy, tras tantos caminos recorridos, tengo a mis hijos cerca y a mi madre a mi lado, aunque enfrentemos juntas su diagnóstico de Alzheimer. Aun en medio de esta prueba, sé que no estamos solas. Dios sigue siendo nuestra fortaleza, y su presencia supera cualquier respuesta que podamos buscar. Su amor es mi refugio, mi guía y mi esperanza en cada etapa de mi vida.
Nadie dijo que la vida estaría libre de pruebas. Dios nos cuida en cada etapa, desde mi niñez en medio de una guerra, pasando por el terremoto de 1989. Hasta los momentos más personales: un asalto, decisiones equivocadas, enfermedades, y esas oraciones llenas de fe por mis hijos y mi familia. En cada una de esas pruebas, he sentido la presencia de Dios.
Yo he enfrentado estas pruebas, pero vos tal vez estés enfrentando otras diferentes. Sin embargo, el Dios que ha estado conmigo en cada desafío es el mismo Dios que está contigo. Su amor y fidelidad no cambian, y en cualquier circunstancia, Él sigue siendo nuestra fuerza y refugio.

Hoy comienza el Adviento, esa época especial del año en la que siempre somos llamados a despertar espiritualmente, a sacudirnos el letargo del alma y prestar atención con una mirada renovada. Es un tiempo para acomodarnos al silencio, para detenernos y esperar con paciencia.
Sin embargo, en este proceso, la nostalgia y la distracción pueden ser nuestros peores enemigos, robándonos la oportunidad de vivir plenamente el presente y de conectar con lo que realmente importa.
Mi deseo para este Adviento es simple, pero significativo. Leí un artículo de Nadia Bolz-Weber donde menciona la importancia de detenerme, aunque solo sea por un momento, para reflexionar sobre la siguiente pregunta: "¿Qué tengo en este momento que, si me lo quitaran, extrañaría profundamente?" Esta interrogante, en lugar de provocar temor, me conduce a un espacio de gratitud auténtica. Al reconocer el valor de lo que poseemos, nuestro corazón se llena de agradecimiento, y este agradecimiento nos une con Dios.
Así que, en medio de las prisas y las distracciones, espero hacer una pausa, mirar alrededor y agradecer por las bendiciones visibles e invisibles, grandes y pequeñas, que Dios me ha dado. Adviento no es solo un tiempo de espera, sino de despertar a la gratitud, a la presencia de Dios en el aquí y el ahora, recordando que cada día y cada prueba son parte de su plan perfecto.
